All these places have their moments with lovers and friends, I still can recall. Some are dead and some are living, in my life I’ve loved them all
IN MY LIFE, JOHN LENNON
Un escenario tenuemente iluminado se vislumbra al fondo del sótano ubicado en el número 10 de Mathew Street. Bajo la bóveda, el espacio es apenas suficiente para alojar unos cuantos amplificadores, un par de guitarras, un bajo y en la parte posterior una batería armada sobre una pequeña plataforma.
A espaldas, sobre la pared de ladrillos, varias siluetas de diferentes colores envuelven los nombres de algunas de las bandas que tocaron en este venue subterráneo; como The Rolling Stones, The Kinks y The Arctic Monkeys entre muchas otras; sin embargo ninguno de los nombres escritos en esta pared es tan significativo como el que se encuentra ubicado justo en el centro del escenario de The Cavern Club.
Delimitado por un contorno de color verde, el nombre de The Beatles se encuentra acompañado por el número “292” que se refiere a la cantidad de veces que ellos tocaron en este sitio, desde 1961 hasta 1964, tanto con Pete Best como con Ringo Starr en la batería.

A cada lado del escenario se encuentran enmarcadas varias fotografías que evocan las tardes en las que los Beatles solían subir a interpretar canciones como “Some Other Guy” o “Long Tall Sally” ante una abarrotada audiencia compuesta por jóvenes cautivados tanto por la música como por las personalidades de los cuatro sobre el escenario, antes de que la Beatlemanía sedujera al mundo.
Tras el furor, la historia tornó al cuarteto en un emblema para The Cavern Club, y los convirtió en una referencia cultural de la ciudad de Liverpool, Inglaterra, el lugar que los vio nacer.
Fuera de Mathew Street, avenidas amplias, edificios modernos y algunas construcciones sobrevivientes a dos Guerras Mundiales resplandecen bajo el cielo del puerto, que es de un color azul profundo –al menos en primavera–. Mientras camino sintiendo la helada brisa me doy cuenta de que la Beatlemanía no se respira en cada rincón de la ciudad como yo esperaba, sino que el legado del cuarteto se encuentra latente en ciertos lugares profundamente significativos.
Cuando tenía ocho años de edad obtuve mi primer reproductor de cassettes portátil, en el cual solía escuchar sin parar una cinta que probablemente saqué al azar de la colección de mi papá, y que resultó ser un cassette de éxitos de los Beatles.
Dicho cassette era una recopilación de canciones como “I Wanna Hold Your Hand”, “Hello Goodbye” y “Hey Jude”; no obstante mi favorita era (y sigue siendo) una canción a base de guitarras acústicas llamada “I’ll Follow The Sun”, escrita por McCartney cuando tenía tan solo catorce años.
Ahora, estando en esta pequeña sala revestida con papeles tapiz dispares, miro a través de la ventana para tener la misma perspectiva que Paul tuvo la mañana que escribió las líneas de dicha canción, pues me encuentro sentada en el sillón de la casa en donde la compuso.

The National Trust es una sociedad que se encarga de preservar lugares históricos en el Reino Unido; ellos organizan un tour llamado “La casa de infancia de los Beatles” en el cual los visitantes son llevados al interior de las casas en donde Paul McCartney y John Lennon vivieron durante su niñez.
En 1995, la casa ubicada en el número 20 de Forthlin Road fue adquirida por dicha organización y con ayuda financiera de The Heritage Lottery Fund fue restaurada para que luciera exactamente como cuando Paul, su hermano menor Michael y su padre Jim vivían ahí.
Por fuera la casa luce bastante pequeña; el techo está compuesto por tejados y la fachada frontal es de ladrillos; en la parte alta tiene dos ventanas cuya vista no concuerda con la del piso inferior, sin embargo, a primera instancia lucen muy similares. El jardín no es muy amplio pero luce bien cuidado y los arbustos delimitan su espacio. Apenas termino de cruzar la angosta puerta principal, tengo la sensación de que este fue un hogar feliz.
En la estancia, sobre la mesa de madera está la televisión adquirida por los McCartney para ver la coronación de la reina Elizabeth ocurrida en 1953; del lado opuesto está el piano que Jim –padre de Paul– utilizaba para amenizar las reuniones familiares. Es en esta estancia en donde la banda, en ese tiempo llamada The Quarrymen, tuvo sus primeros ensayos y en donde surgieron varias de las primeras composiciones Lennon-McCartney.
En las paredes están colgadas algunas fotografías tomadas por Michael McCartney, de los momentos en los que tres amigos realizaban tareas tan cotidianas como preparar el té: Paul McCartney, John Lennon y George Harrison antes de convertirse en los mundialmente famosos Beatles.


La casa está bajo el resguardo de una mujer muy amable, que al dar el recorrido cuenta a los turistas historias de la familia y pronuncia frases como: ”Paul podría entrar en cualquier momento, así que ¡estén atentos a esta puerta!” o “Michael estuvo aquí recientemente y me dijo que Paul estaba tratando de darse un tiempo para visitar la casa”. Probablemente éstas sean líneas de un guión, pero aún así todos los presentes esbozamos una sonrisa esperando en secreto ver a Paul entrar por esa puerta.
Una gran cantidad de luz entra por la ventana de la habitación de Paul, a quien su familia cariñosamente solía apodar “the kid”. Esa ventana que da a la calle era a menudo utilizada por los hermanos McCartney para escabullirse a la casa sin que su padre lo notará, como cualquier adolescente normal.
La cama individual está perfectamente tendida y en general el cuarto luce meticulosamente ordenado. Aquí, los jóvenes Beatles se juntaban para improvisar ideas, y es el lugar en donde algunas otras de las primeras canciones del cuarteto, como “I Saw Her Standing There” y “She Loves You” comenzaron a tomar forma.
Al bajar las escaleras justo antes de salir veo sobre la puerta principal una inscripción en memoria de James y de Mary McCartney (madre de Paul, quien murió de cáncer cuando él era muy joven). La guía nos comenta que ésta placa fue recientemente colocada por los hermanos en memoria de sus padres, lo que acentúa la buena impresión que en general me ha dejado el hogar de los McCartney, pues parece haber sido un lugar muy acogedor.
No muy lejos de Forthlin Road, en el número 251 de Menlove Avenue dentro de los suburbios de Woolton, se encuentra el sitio en donde John Lennon vivió desde 1945 hasta 1963, bajo la tutela de Mimi Smith, hermana mayor de su madre Julia, quien al formar una nueva familia, dejó a John ahí.

Conocida como Mendips, la casa se encuentra en una zona residencial con terrenos amplios y jardines cercados. Al frente varias ventanas con cristales decorados al estilo art decó sobresalen del nivel de la fachada. La entrada principal tiene un pequeño descanso, que al igual que las ventanas sobresale de la construcción.
A pesar de la suntuosidad de la casa, ver la placa azul en la fachada me provoca una profunda sensación de melancolía pues en el Reino Unido esa inscripción azul indica que un pasado residente de esa propiedad alcanzó cierto nivel de éxito o de fama, pero también significa que esa persona ya ha muerto.
Por órdenes de Mimi, cuando algún amigo de John o algún extraño visitaba Mendips, debía entrar por el costado lateral de la casa, cruzar el patio en donde John generalmente dejaba su bicicleta y finalmente entrar por la puerta de la cocina; así que como cualquier otro visitante de John nos adentramos en el que fue su hogar de infancia y adolescencia haciendo ese recorrido.
Siempre consideré a John mi Beatle favorito, no sé por qué. Tal vez en algún momento me identifiqué más con sus melodías que con las de los demás Beatles, lo que me llevó a través de los años a leer varios libros sobre su vida. Es por ello que al estar aquí no puedo evitar sentir pesar, al saber que varios acontecimientos trágicos en su infancia sucedieron durante su estadía en Mendips y en especial el que parece ser el más amargo de todos, que ocurrió a tan solo unas cuadras de aquí: La muerte de su madre Julia arrollada por un oficial de policía que manejaba en estado de ebriedad.

A pesar de la melancolía en el entorno, intento imaginar las tardes que John pasó en la tradicional sala de su tía, disfrutando del calor de la chimenea durante el invierno, dibujando las historietas con las que solía entretener a sus compañeros de clase en las horas del colegio más aburridas; o tal vez escuchando canciones de rock ‘n’ roll, en una de las bocinas que su tío George le ayudó a instalar en su cuarto, a pesar de la desaprobación de Mimi.

Contiguos a ese altavoz, en los muros de la habitación de John están pegados un par de posters con las imágenes de Brigitte Bardot y de Elvis Presley en sus mejores épocas; definitivamente estos afiches contrastan con el estilo conservador del resto de la casa, lo que intuyo que tampoco hizo muy feliz a Mimi. Sobre la cama individual reposa una sencilla guitarra acústica, varios dibujos y una carta que John escribió cuando era un niño, en la que agradece a alguien por un jumper rojo que le fue obsequiado.

Las habitaciones de Lennon y de McCartney reflejan dos personalidades opuestas: La de John parece un lugar de resguardo, mientras que la de Paul aparenta ser el tipo de espacio en donde un grupo de amigos suelen pasar el rato. La de McCartney es luminosa, pulcra y algo conservadora, mientras que la de John no luce tan ordenada y es algo oscura a pesar de tener una de las ostentosas ventanas de la casa.
Repentinamente la melodía de “A Day In The Life” viene en mi mente pues me doy cuenta de que a pesar de los contrastes en sus personalidades –o tal vez gracias a ello–, John y Paul se complementaban de una manera inmejorable y esa canción en la que ambos intervienen con sus estilos particulares, es un gran ejemplo de ello.
Muchas líneas se han escrito sobre las vidas de los Beatles, especialmente sobre la genialidad y sobre la fama, pero estar aquí, en los hogares en donde esos dos chicos normales pasaron su infancia con sus familias, me deja en claro lo que algunas veces es pasado por alto debido al apasionamiento que por alguna razón su música genera, y es que ellos eran y seguirán siendo seres humanos como cada uno de nosotros.
Debo contextualizar que Magical Mystery Tour fue por mucho tiempo mi disco favorito de los Beatles, pues me parece el trabajo más experimental del cuarteto e irónicamente el que más hace remembranza a la época en que vivieron en Liverpool. Un poco avergonzada, trato de esconder mis lágrimas de emoción al ir recorriendo las calles de la ciudad a bordo de un camión amarillo decorado con letras psicodélicas de colores, idéntico al de la película con el mismo nombre filmada en 1967.
El guía del recorrido bromea con los turistas utilizando su encantador acento “scouse”, que es como se le llama al acento de Liverpool. Su cara me parece familiar y finalmente logro recordar por qué: Él es el chico rubio que interpreta a Pete Shotton –un amigo de Lennon que fue parte de la alineación original de The Quarrymen– en la película “In his Life: The John Lennon Story”. Su escena más relevante ocurre tras la actuación de The Quarrymen en la feria de la iglesia local, cuando un amigo en común llamado Ivan Vaughan presenta a Lennon y McCartney.

Actualmente las casas de infancia de George Harrison y de Ringo Starr son propiedad privada y no es posible ingresar a ellas, por lo que solo podemos descender del autobús para echar un vistazo rápido a la fachada y tomar algunas fotografías, lo que imagino debe ser bastante incómodo para los inquilinos actuales. Ambas casas son muy pequeñas y ninguna de las dos tiene jardín, solo una puerta de entrada muy angosta y una par de ventanas sencillas al frente.
Avanzamos hacia el Liverpool Institute for Performing Arts, que en los años 50 era conocido como el Liverpool Institute y fue el colegio al que McCartney y Harrison asistieron juntos; de hecho ellos se conocieron en el autobús rumbo a esta escuela pues vivían a tan solo una parada de distancia.
Descendemos frente a una entrada delimitada por una valla roja que contrasta con la espesura verde de los árboles, parece como si los colores se hubieran intensificado por la lluvia. Las dos columnas a los lados están cubiertas casi en su totalidad por graffitis y mensajes dejados por fans del cuarteto, sin embargo en cada uno de los muros se siguen leyendo a la perfección las palabras “Strawberry Field”.

En el pasado este lugar fue un orfanato perteneciente al Ejército de Salvación de Woolton, cuyo jardín solía ser visitado por John y sus amigos. En la actualidad la quietud que se vive aquí sigue incitando a sentir que en este jardín no hay nada de qué preocuparse. En febrero de 1967, “Strawberry Fields Forever” fue lanzada como sencillo, en cuyo lado opuesto fue grabada “Penny Lane”, canción de McCartney.
Paul describe Penny Lane como una calle transitada por peculiares personajes bajo un penetrante cielo azul; en nuestro recorrido el autobús pasa frente a un par de barberías y da vuelta por la pequeña glorieta que Paul menciona en la canción, hasta el momento no he visto enfermeras vendiendo cachorros, sin embargo en lo que sí concuerdo con Paul es que a pesar de la lluvia, el cielo sigue siendo de un azul intenso.

De vuelta en el escenario de The Cavern Club, un cover de “Can’t Buy Me Love” es interpretado por tres chicos que probablemente rondan entre los 19 y 20 años, es decir la misma edad que los Beatles tenían cuando comenzaron a tocar aquí hace más de 50 años. Locales y turistas de todas las edades parecen disfrutar el estar escuchando canciones de los Beatles un domingo por la tarde.
Ahora comienza una tonada que siempre me provoca el impulso frenético de pararme a bailar: “Johnny B. Goode” de Chuck Berry, que durante muchos años estuvo en el repertorio de estos cuatro chicos fanáticos del rock ‘n’ roll que soñaban con convertirse en cuatro Elvis ingleses o tal vez en cuatro Buddy Holly, pero que en su lugar se convirtieron en John, Paul, George y Ringo.


Afuera ya oscureció, mientras camino de vuelta sobre el callejón de Mathew Street veo que del lado en donde solía estar la entrada original de The Cavern Club, hay una estatua de John Lennon con las manos dentro de los bolsillos y una sonrisa despreocupada dibujada en el rostro.
Me pregunto si realmente habrá sido tan alto pues incluso sobre las puntas de mis pies no consigo alcanzarlo, entonces volteo para echar un último vistazo, y sobre el letrero luminoso que anuncia The Cavern Club noto una pequeña insignia en la cual se lee la frase “El lugar en donde todo comenzó”.
Proyecto final de Alejandra Peña Rios para el curso “Creative Writing: Being Pitch Perfect” de Stanford University y publicado el 5 de Abril de 2016 en Revista Marvin.

Alejandra Peña Rios
Entusiasta del rock. Ha contribuido con artículos para Revista Marvin, Quarter Rock Press, Pólvora y Travelicious, entre otros.
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